LUISANA no estaba inquieta por las atenciones del profesor Gustavo Freites Alarcón. Ella se había dirigido al tan mencionado escultor en son de hacerse mejor profesional dentro de su área ¿ Y para qué preocuparse si sólo era eso, más que un deseo de aprender? Ya todas las compañeras de la academia le habían advertido de su esquizoide forma de ser, que impredeciblemente salía a flote cada luna llena, que paralelamente resaltaba ante su perpicaz forma de hablar. "Una aprendiz no puede resistirse a tales encantos de la edad cuarentona de Gustavo, la sencillez de su andar y su extremadamente amplio intelecto propio de un artista consagrado" se decía en los pasillos de la Escuela Superior de Artes Plásticas,
Luisana llegó a su estudio a las cinco de la mañana como lo habían previsto hace una semana. Ella llevaba lápiz, (o más bien tres lápices "para no perder el tiempo sacando punta mientras se puede seguir escribiendo tantas cosas") él con mucho respeto le dio una tasa de café recién hecho, la cual ella no rechazó, debido a lo rápido que tuvo que salir de su casa, casi de noche sin tomar nada, para no llegar retrasada.
-¿Cómo amaneciste Luisana?- le preguntó el profe con una viva voz.
- Bueno amanecí aquí en su casa profesor- respondió con una dulce ironía sin ánimo de dejar al señor como un "maniático" por empezar una sesión a tan tempranas horas de la madrugada.
- Tienes razón, aún casi no amanece.
Tomaron su café en silencio y al levantarse Gustavo ella lo siguió con un impulso casi inerte hacia las esculturas.
- Ésta es Francesca, mi única mujer- refiriéndode a una bella escultura- Te lo digo para que no te ilusiones, pues ella para mi es perfecta- hubo un silencio producto del mal chiste cosa que él percibió en seguida- Es broma Luisana... pero si es perfecta, para mi claro. No habla con tanta frecuencia, se deja llevar, no sufre, ni llora.
Luisana se sorprendió por el contenido de sus palabras... horrorizada pensó - A este hombre le gustan las mujeres de piedras,pues mucho mejor.
Luisana terminó su jornada justo a las nueve de la mañana, entre conversaciones, bromas formales, miradas hacia las esculturas, búsqueda de materiales, incluso varias tasas de café y un desayuno criollo algo improvisado y con la propuesta de encontrarse otra mañana, pero menos temprano- "Dejaré que amanezcas en tu cama y puedas venirte de día"
No hubo mayor inquietud en ella. No, hasta el día feriado que decidieron trabajar todo ese día. La semana pasó y ella revisó sus bocetos, compró algunos materiales que le encargó el profesor, en un suburbio del centro de la ciudad y que aún no recuerda cómo llego viva a su casa.
El Día de la Independencia en ese país era un poco sombrío, las calles podían disfrutarse sin la mayor preocupación de ruido o tráfico. Aquella desolación era digna de una independencia a la muchedumbre y entes molestos citadinos. Luisana llegó como convinieron a las 8:30 a la puerta del edificio de Gustavo donde quedaba el flamante taller con vista al resto de la ciudad. Esta vez no subió, sino que siguió al profesor a un mercado cercano que habría para los turistas todos los días del año.
-Te preguntarás por qué el mercado, y por que las legumbres, las frutas y los animales muertos. - él la observó calladamente- Quiero que hoy más que observar, percibas. ¿Qué te causa cada olor? Quiero que experimentemos sensaciones distintas. Con los olores, podemos revivir muchas sensaciones y situaciones de nuestra vida. Necesitamos esas imágenes para crear. Si estamos huecos de experiencias no pasa nada en nuestro arte. Y no es que podamos alguna vez vaciarnos de ellas, eso sería imposible... pero a veces esa sensación de vacío es por nuestra mente que no recuerda.
Luisana sintió una ligera exitación. Aquellas palabras no eran sabías, eran la vida misma. Pensó que el ser humano a veces no se detiene a explicarse a sí mismo. Por un instante, perdió el terror que le había causado el profesor desde la última semana, en un ataque de ira por culpa de un sujeto que se encontró en la calle o por el llanto profundo que tuvo al contarle la historia de su infancia. Esta vez se sentía protegida, por un ser que le resultaba familiar que había sido víctima de murmuraciones injustas y chismes de bajo calibre.
Pasaron solo una hora en el mercado popular y se marcharon a su casa dispuestos a trabajar. No sin antes llevar algunas frutas y vinos para comer .
El profesor colocó todo en orden y comenzaron a trabajar en silencio.
-Luisana una vez de vuelta quiero que coloques en tu diario toda tu experiencia de hoy, tienes plena libertad de escribir todo lo que se te ocurra. Luego te daré esta arcilla- Ella lo miró con atención- Le darás forma a esas sensaciones, eso si por favor no hagas nada hasta que no estés segura. Si es preciso, relees lo que anotaste, debes llenarte de todo eso de nuevo y sin dejar que se te escape, lo llevas a tus manos y de tus manos a la arcilla.
Todo se torno muy tranquilo. De vez en cuando ella sentía a Guatavo, sus movimientos alrededor cuando se levantaba a buscar algún material olvidado cerca de su mesa, sentía el sonido de sus instrumentos como rechinaban en la piedra, hasta que poco a poco fue percibiendo, dado el grado de concentración, su olor mientras se agitaba dentro del taller. Luisana más que visual era muy olfativa, ese día lo descubrió. Había tardado años en ver, observar y no encontraba resultado en su trabajo. Recordó lo que le dijo Gustavo en su tercera clase: "La vista no es el único sentido que un artista plástico debe desarrollar eso es una basura! hay cuatro restantes que estamos dejándola un lado"
Ese día en el mercado casi que podía andar sin ver, se propuso solo oler para seguir su ruta. Poco a poco, empezó a tomar su arcilla y se detuvo a oler y recordar...oler y reconocer. Hasta que casi sentía el olor que despedía cada parte del profesor cuando tallaba a Francesca por enésima vez: Perfume desgastado, una mezcla de jabón con sudor, el cigarrillo y el café de su aliento, brazo, mano, axila, hombro, pecho, ombligo, vientre.... allí se detuvo.
-¡Creo que he terminado!-Pensó en llamar la atención del profesor ante tal sobresalto, pero él no se inmutó. Tenía puesto los audífonos de su mp3 y tarareaba una canción mientras seguí con su escultura. Ella se retiró en silencio ya era las seis de la tarde y oscurecía.
................ (fin de la I parte)
No hay comentarios:
Publicar un comentario