sábado, 22 de septiembre de 2007

Desde que te perdí...

"Ser feliz no cuesta nada, es gratis"


Así decía un anuncio que María Eugenia vió a la salida de una estación de tren. Jamás se planteó en la vida sufrir, pero tampoco se preguntó si era feliz. Vivía al son que le tocaran los demás: en su trabajo, en su universidad, con su familia y ahora sola en su pequeña casa fuera de la ciudad. Solo fue gracias a esa frase que su vida no solo cambiaría sino que se complicaría un poco más. Una amiga que frecuentemente la llamaba cada mañana, le anunció que se casaba en mes y medio y que ella sería la madrina de la boda. Su hermano Octavio, compararía una casa para montar allí su consultorio pediátrico. Inés, su nana, al fin tendría el nieto que tanto deseaba. Sus padres viajarían a Europa por primera vez juntos por dos meses. Pedro, el asistente de su jefa conoció al amor de su vida, Marcela y se iba a vivir con ella.


Estaba alegre por tantas buenas noticias de la gente que ella más quería en la vida, pero no sentía alegría por nada propio. Antes no se había dado cuenta de eso. No se sentía feliz por ella misma, pero tampoco triste. Estaba bien con las cosas que hacía. Pero empezó a sentir que su vida era muy aburrida. que no tenía nada que ofrecer al mundo sino sus servivios como "paseadora de perros a domicilio".Hace más de cinco años, Isabel, una señora de la capital había recibido una herencia luego de enviudar, sin hijos y con tres perros ya muertos, montó un spa canino que le dió muchas satisfacciones: Aquí se bañan, se cuidan, les damos amor, le hacemos peluquería y los paseamos mientras sus amos laboran arduamente día a día.


Así era el Spa del Dog, en la ciudad de Mérida y donde María Eugenia trabajaba desde no menos de tres años. Era amiga de Bobby, un pequinés horrendo de ocho años viejo pero muy cariñoso, de Rocco un boxer juguetón y malcriado, de Canela una golden muy enamoradiza y de vez en cuando de Chester un pastor alemán que casi hablaba. Le había aclarado a la dueña que por ninguna razón pasearía a Pucca una odiosa pudell con lacitos y afeitada a lo francés, que le quitaba la comida y la rajuñaba con sus uñas pintadas de rosado- asco!- decía ella.


Cuando pequeña, Eña, como le decían en su casa, soñaba con tener una casa enorme y muchos gatos. Pero el destino retorcido le había puesto a un poco de perros solo para ella que con poco desgano paseaba los días de semana a la plaza. Con un salario modesto, sin seguro, pero con felices propinas de los dueños adinerados.


Salió de la estación rumbo al Spa Canino y se encontró con el rostro no muy feliz de Isabel junto a Pedro su asistente que cargaba a Bobby que gemia por un extraño dolor- La veterinaria aun no ha llegado, no ha querido comer. Se que es tu día libre María, pero cuando se trata de Bobby... tu sabes que el contigo se da para todo-


- A ver perrito feo, que es lo que tienes- lo cargó en seguida, el perrito comenzó a mover la cola haciendo un exfuerzo leve- Bueno como yo no soy veterinaria, no puedo curarte, debes aguantar el dolor. Pero si te pido que te comas algo... Pedro, yo se que la doctora aun no ha llegado pero debemos sacarle de su estante unos analgésicos... mientras, déjame revisarlo a ver dónde le duele.


Era conmovedor cómo Eña, a pesar que no le gustaban los perros sino los gatos, pudiera con tanta vocación atender a ese perro (el menos afortunado de todos pero el más amigo). Ella con una frialdad, como si no quisiera sentir nada, lo abrazaba, le hablaba como si fuera una persona- --Pensé que tendríamos esta charla en la plaza como todos los días cuando te paseo con los demás perros odiosos y de raza, pero bueno, te voy a contar lo que me acaba de pasar, querido Bobby. Vi a la salida de la estación una frase que decía- la felicidad no cuesta nada, es gratis. Bobby, jamás me había preguntado si soy o no feliz. Quizá no me había dado cuenta de eso.Pense en mis allegados y ví que cada uno había encontrado una especie de alegría por algo que le había pasado... y ahorita descubrí que hasta tu, a pesar de tu dolor en tu pata, eres feliz....me demostraste que eres feliz al verme a pesar que sabes que no me gustas y no te quiero. Bobby, creo que no soy feliz y eso me preocupa.




Tras hablar largo tiempo con el el perro, en una especie de monólogo absurdo, ella sentía que Bobby le respondía, hasta le pareció ver una lágrima en sus ojos humedecidos. Llegó la veretinaria lo examinó, le mandó otras medicinas más y estricto reposo. Isabel le dió otro día libre a Eña. Los fines de semana en el spa trabajaban solo para emergencias y la parte de peluquería, esos días no habían paseos en las plazas. Eña aprovecharía para descansar y para llevarse a Bobby a su casa. Isabel le había dado permiso, pues su dueño un diseñador de interiores afeminado estaba de viaje y no volvería en unas semanas.


Pasaron unos días increibles. Bobby contemplaba a su nueva ama postiza desde una cesta que muy laboriosamente le hizo la nana de Eña. Ella no paraba de hablarle, darle sus medicinas a la hora justa y prepararle una que otra comida, a pesar que él solo comía alimento para adultos pequeños , con vitaminas hierros en forma de huesitos ridículos y chiquitos- A mi me parece que esta comiducha no te llena. Te voy a dar un poco del pollo en brasa que compré en la pollera de la esquina- Eña tenía una figura muy delicada, miraba a todos con sus ojos veredecitos de hada del bosque, pero en si, sus gustos eran de macho cabrío. Pollo en brasa, cerveza, parrillas grasientas y muchos golfeados. Por suerte y para envidia de sus amigas esta clase de comida, no la hacía engordar.



Las semanas se conviertieron en meses. Eña iba al trabajo con su nueva mascota y era quizá la unica mujer del planeta que su jefa le permitía llevar a su perro al recinto de laburo. Desde luego único pues el sitio era el Spa del Dog. El perro era su amigo y cómplice en todas las ocurrencias del día a día. Le gustaban las mismas comidas, los mismos programas de televisión, le caían mal los mismos vecinos: Ojala yo pudiera tambien ladrarles como lo haces tu- Le decía a Bobby cuando pasaba la vecina chismosa o el niño malencarado que tocaba el timbre y salía corriendo todos los sábados en la mañana.

El diseñador no llamó ni regreso tampoco más nunca, pero el perro que de alguna manera insospechada, sabía que su dueño jamás volvería. Casi podía leer en sus ojos las palabras que le decía el perro feo- Sta. María Eugenia, usted ha sido mi mejor compañera en estos días que se ha ausentado el señor Arturo, mi dueño. Pero temo decirle que con él es que mejor vivo desde hace algunos años.

Y aunque parecía una fantasía de Eña, el perro de verdad comenzó a enfermarse. Ya no quería ni salir de la casa de ella. Comía pero poco. Ya la comida no le gustaba. Intentó darle la misma comida que le daba su antiguo dueño y la devolvía. A veces se paraba de madrugada y lo escuchaba llorar. Y como ella le hablaba como a un humano, todo lo que le decía muy crudamente era: Mira perrito feito, sabes que yo te quiero más que a mi vida. A pesar que yo nunca lloro, me duele que estes así. Tu dueño, el señor Arturo no va ha regresar. Pero tampoco te voy a obligar a que vivas en mi casa. Pero piensa que yo soy lo único que tienes y soy la persona que más te quiere.

Definitivamente perder a un perro es tan o más doloroso que perder a un familiar. Un perro es un ser querido. María Eugenia, fue feliz con Bobby y de la manera mas gratuita. Prometió no ver a un perro durante un tiempo indefinido y por supuesto, renunció al trabajo. La dueña se sintió muy afligida, pero la dejó ir dándole una buena bonificación. Eña se graduó a los seis meses y se fue a vivir lejos de la ciudad. Se fue a vivir con un amigo que conoció en la despedida de soltera de una prima, llamado Jesús.

No tuvieron hijos luego de cinco años, pero el felíz encuentro le dió otro regalo una mañana a la puerta de su casa: Berta, una gata negra que estaba perdida. Otra alegría gratuita para su vida despues de la muerte de Bobby.


a Ricky Simmo

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